martes, 16 de agosto de 2011

LA PARTITURA: ACTO III


Acto III: Estribillo


Abandoné el lavabo y me dirigí de nuevo hacia mi aposento, con una sensación de remordimiento terrible que se iba apoderando de mi alma y de mis recientemente regurgitadas entrañas. Era ya la quinta vez que ocurría esto en una semana, por lo que decidí que, en cuanto fuese a dar mi paseo matinal diario, pasaría por la consulta de mr. Hemsworth, mi doctor (que también lo fue de mis padres, e incluso llegó a atender en su momento a Su Majestad, durante un infortunado accidente que tuvo al pasar por la ciudad), y pediría cita para el día siguiente. Así pues, me dispuse a ponerme mi bata - kimono de seda, con un hermoso dragón tejido en la parte de atrás en vivos colores (regalo de un importante miembro de la nobleza japonesa), y a descender a la planta baja a desayunar.

Mi lujosa mansión procede, como casi todo lo que poseo, de una respetable y abundante herencia familiar. Se divide en dos plantas, sin incluir una pequeña caseta que se sitúa en el jardín, donde malviven mis humildes sirvientes con sus familias. En la planta baja se encuentra un amplio vestíbulo de paredes y suelo de madera, techo de mármol blanco con motivos rurales en las esquinas, y dos escaleras de piedra a ambos extremos cuyas barandillas están adornadas con relieves de ángeles y gárgolas renacentistas. Detrás de estas se halla la cocina, la parte menos lujosa de la casa (puesto que sólo entran allí mis criados), que consiste en un cuartucho con una lumbre de carbón, un horno, y pocas cosas más; al fondo de ésta hay una enorme despensa llena de los productos alimenticios más exóticos, exclusivos, y, por qué no decirlo, caros, que he podido descubrir durante mis viajes al extranjero. Al lado derecho de la cocina se puede contemplar mi titánico comedor, que consta de una mesa central de madera de almendro ovalada, que mide más o menos seis metros de largo por dos y medio de ancho; una lámpara de araña hecha de oro de veinticuatro quilates colgando en el centro del techo; ocho sillas con asientos de terciopelo rojo, y cuatro copias en versión mural de Dioniso, Cena en Emmaus, I musici y Descanso durante la huída a Egipto respectivamente, todas obras de Caravaggio, cada una ocupando una de las cuatro paredes, todo ello combinado con un techo cuyas esquinas contienen remates en forma de parra de mármol blanco que descienden por la pared hasta llegar al suelo de madera perfectamente encerada. Más allá del comedor se encuentra una pequeña y ovalada salita en la que suelo tomar el té a media tarde, que contiene una mesita central de mármol con cuatro sillas color marfil de agradables y suaves curvas, y una ventanilla circular, similar a un ojo de buey, que aporta un fino hilo de luz a la sala, con lo cual ésta queda en una confortable penumbra.
Al ascender al segundo piso de la casa a través del vestíbulo, se llega a un largo pasillo con el suelo tapizado de moqueta persa y cuadros colgados en sendas paredes blancas, todos retratos de miembros respetables de mi estirpe realizados por algún pintor celebérrimo de la época. A cada lado se distinguen los dinteles de dos puertas, tras cuyo umbral se encuentran, respectivamente, el que fue el cuarto de mis padres, que se ha convertido en una chambre à coucher para los invitados, y consta de una cama de sábanas de seda y cabezal barroco de madera apoyado sobre la pared del fondo, mobiliario variado como una mesita auxiliar o una estantería de cerezo adornada con algunos libros ligeramente mediocres, una ventana, pequeña pero elegante, situada en la pared de la derecha, y un pequeño bodegón situado en una esquina; la biblioteca, que contiene la colección de libros más completa de la ciudad y es objeto de admiración de quienes la visitan, pues, aparte del sensacional conjunto de clásicos que poseo, la habitación en sí se halla adornada con exquisitez y sobriedad, conteniendo sillones rojos de terciopelo para leer cómodamente, decenas de estanterías ordenadas alfabéticamente, una cristalera resplandeciente a través de la cual brilla la luz del sol con la adecuada intensidad, y un hermoso piano de cola situado en un rincón de la sala; el cuarto de baño anteriormente mencionado; y, por último, mi aposento, que contiene una cama de colcha tapizada, sábanas también de seda y dosel con cortinas rojas de tela oriental, suelo de baldosas alargadas de color oro, cristaleras con motivos de caza en la pared izquierda, estanterías colmadas de souvenirs de varios países y, sobre un bello atril metálico, la dichosa Sinfonía nº7 de Straub.
Desde fuera, la casa se intuye como una grandiosa mansión de madera blanca con el tejado de pizarra, amplios ventanales y hermosos detalles color dorado reproducidos en las repisas, de una manera tal que podría clasificarse su estilo como rococó. Al lado izquierdo se encuentra la caseta para los criados anteriormente mencionada, sobre la cual prefiero no explayarme en describir su inmundicia, y, en conjunto, todo queda rodeado por un amplio y pintoresco jardín de altos setos en forma de animal y raras y exóticas orquídeas repartidas por doquier sobre cada rincón, limitado por una cerca y una puerta de verja, ambas majestuosas y plateadas con barrotes acabados en punta de lanza, lo cual inspira un respeto considerable a quien pase por delante.

To be continued...

Say Hello to the Queen

Andy Knife

P.D.: Dejo otra de las borrosas fotos de uno de mis dibujos...



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