lunes, 20 de junio de 2011

LA MIRADA DE LA LOCURA (basada en hechos reales)



Repentinamente, sus penetrantes ojos se posaron sobre mí, provocándome la perturbadora intuición de que realmente podía llegar con su mirada hasta el fondo de mi alma.

Ella se llamaba Ángela, y era uno de los ángeles caídos que acogíamos en el lecho de nuestro centro de salud mental, protegiéndolos contra todo pronóstico de tentaciones peligrosas, como las drogas o el suicidio, y administrándoles medicación, lo cual es una variación de las drogas que potencialmente puede causar el suicidio del paciente, pero, bueno, ¿Qué podemos hacer nosotros, los monitores, contra tal atrocidad...? Por ello nos pagan.
Como iba diciendo, Ángela padecía de un trastorno bipolar en su variedad más extrema, cosa que hacía que sufriera de ataques psicóticos (alucinaciones) por doquier, junto al inconveniente de que, cuando entraba en fase depresiva, se volvía completamente dependiente: Se internaba en un estado de rigidez total, teniendo que ocuparnos personalmente de sus necesidades vitales, tales como administrarle la comida, ducharla, o incluso llevarla al lavabo a miccionar o defecar, puesto que también perdía por completo el control de esfínteres.
Sin embargo, todos los síntomas negativos de esta patología se establecían en completa contraposición a los momentos durante los cuales salía de este terrible estado y  se volvía a encontrar repuesta. Volvía a ser Ella, la alegre y dicharachera mujer que conocí hace varios años, la bella pero frágil rosa creciendo en mitad de ninguna parte, la  persona que con una sola mirada consiguió entrar dentro de mí, haciendo que me planteara preguntas hasta entonces prohibidas por mi estricto subconsciente, cambiando el transcurso de mi vida para siempre.

Recuerdo perfectamente el día en que ocurrió todo aquello.

Nos encontrábamos en el despacho general de los monitores, revisando las recetas de algunos pacientes con el objetivo de que éstos pudiesen adquirir sus medicamentos lo antes posible, cuando, sin previo aviso, Ella llamó tímidamente a la puerta, exhalando sin quererlo un pequeño y adorable suspiro, y disculpándose por irrumpir durante nuestras tareas. Le indicamos que pasara y explicara qué quería, de forma un tanto huraña por las largas horas de trabajo realizadas.

__Bueno, yo...que-quería que me dejárais llevarme la radio...para escuchar música...__musitó de un modo apenas audible, con una voz susurrante, algo aguda, pero desgastada a través de los años.
Ricco, el monitor jefe, respondió, de modo arrogante:

__Mira, te lo daré sólo para que dejes de dar tanto por culo, ¿de acuerdo...?
__Gracias...señor Ricco...es que...__y, acto seguido, dirigió la vista hacia mí.

Yo nunca me había fijado especialmente en ella desde que llegué; tan sólo la había observado pulular erráticamente por los pasillos dirigiéndose a la zona de fumadores para acallar los gritos del "mono" de tabaco, al igual que todos los demás pacientes. Pero, en aquel momento, sus rasgos cobraron una armonía difícil de explicar, como una especie de...rubor maternal, de matiz comprensivo, empático; y, entonces, vi sus ojos: unos ojos negros como el carbón, que con una potencia increíble atravesaron a los míos y alcanzaron los secretos más oscuros de mi ser, escrutinándolos con la precisión de un microscopio.
Fue después de aquello cuando dijo algo que impactó sobre mi cabeza con la fuerza de una bala de cañón:

__Es que...a veces es bueno escuchar música para hacer callar a las voces que tienes en la cabeza...__tras lo cual, habiendo cogido la radio del estante del despacho, dióse la vuelta y se fue.

Justo en ese momento comprendí: Ella había visto mi otro yo. Había visto los largos años de depresiones, los sufrimientos pasados en las visitas a diferentes psiquiatras, la desesperación en el consumo de estupefacientes para acabar con todo lo que me atormentaba...pero también había visto mis esperanzas de salir de mi agujero a toda costa, ayudando a otras personas a hacerlo, cosa por la cual me terminé dedicando al trato con enfermos mentales, y estaba allí en el preciso instante en que me dirigía esas terriblemente bellas palabras, haciéndome comprender que, por mucho que Ella estuviese allí encerrada, yo no estaba sola, nunca lo había estado.

Aún habiendo pasado mucho tiempo de esta experiencia, cuando tengo un mal día sé que escuchando música puedo aliviar todos mis males, por pesados que éstos sean.

Say Hello to the Queen

Andy Knife




1 comentario:

  1. Sin palabras, una gran obra que como todas las que me has dejado leer, me ha encantado =).

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